sábado, 11 de agosto de 2012

ALEJANDRO DUMAS - ivoox.com



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ALEJANDRO DUMAS - ivoox.com

Creado por juancas  del 11 de Agosto del 2012





ALEJANDRO DUMAS

5 Audios encontrados en Podcast: ALEJANDRO DUMAS
ALEJANDRO DUMAS
Canal: CASTI

Por: Casti

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Descripción del podcast de ALEJANDRO DUMASRecopilación de Relatos Cortos , todos completos , de este Genio de la Literatura Universal.





"DESEO Y POSESIÓN - Alejandro Dumas

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DESEO Y POSESIÓN - Alejandro Dumas
En el Podcast  ALEJANDRO DUMAS  en  Arte y literatura
07:19 min

Las charadas ya no están de moda. ¡Qué tiempos tan buenos para los poetas eran aquellos en que Le Mercure proponía cada mes, cada quince días y, al final, cada semana una charada, un enigma o un logogrifo a sus lectores! Pues bien, voy a revivir esa moda. Dígame pues, querido lector o hermosa lectora -las charadas están hechas, sobre todo, para la mente perspicaz de las lectoras-, dígame de qué lengua proviene la alegoría siguiente. ¿Es sánscrito, egipcio, chino, fenicio, griego, etrusco, rumano, galo, godo, árabe, italiano, inglés, alemán, español, francés o vasco? ¿Se remonta a la Antigüedad, y está firmada por Anacreonte? ¿Es gótica, y está firmada por Carlos de Orleáns? ¿Es moderna, y está firmada por Goethe, Thomas Moore o Lamartine? ¿O no será, más bien, de Saadi, el poeta de las perlas, rosas y ruiseñores? 

¿O bien...? Pero no soy yo quien lo ha de adivinar, es usted. Así que, querido lector, adivine. He aquí la alegoría en cuestión. Una mariposa reunía en sus alas de ópalo la más dulce armonía de colores: blanco, rosa y azul. Como un rayo de sol iba revoloteando de flor en flor, y, cual flor voladora, subía y bajaba, jugando por encima de la verde pradera. Un niño que intentaba dar sus primeros pasos por el césped tornasolado la vio y, de repente, se sintió invadido por el deseo de atrapar aquel insecto de vivos colores. 

Pero la mariposa estaba acostumbrada a este tipo de deseos. Había visto cómo generaciones enteras se quedaban sin fuerzas persiguiéndola. Revoloteó delante del niño y fue a posarse a dos pasos de él; y, cuando el niño, ralentizando sus pasos y conteniendo la respiración, extendía la mano para cogerla, la mariposa alzaba el vuelo y recomenzaba su viaje desigual y deslumbrante. El niño no se cansaba; el niño lo intentaba una y otra vez. Tras cada tentativa abortada, el deseo de poseerla, en vez de apagarse, crecía en su corazón, y, con paso cada vez más rápido, con la mirada cada vez más ardiente, el niño salía corriendo detrás de la linda mariposa. 

El pobre niño había corrido sin mirar atrás; de manera que, cuando hubo corrido un buen rato, ya estaba muy lejos de su madre. Del valle fresco y florido, la mariposa pasó a una llanura árida y poblada de zarzas. El niño la siguió hasta esa llanura. Y, aunque la distancia ya era larga y la carrera rápida, el niño, que no se sentía cansado, no paraba de perseguir a la mariposa, que se posaba cada diez pasos, en un matorral, en un arbusto o en una sencilla flor silvestre y sin nombre, y siempre alzaba el vuelo en el momento en que el muchacho creía tenerla ya. Porque, mientras la perseguía, el niño se había transformado en muchacho. Y, con el invencible deseo de la juventud, y con su indefinible necesidad de posesión, no dejaba de perseguir al brillante espejismo. 

Y, de vez en cuando, la mariposa se detenía como para burlarse del muchacho, introducía voluptuosamente su trompa en el cáliz de las flores y batía amorosamente las alas. Pero, en el momento en que el muchacho se aproximaba, jadeando de esperanza, la mariposa se abandonaba a la brisa, y la brisa se la llevaba, ligera como un perfume Y así pasaron, en esa persecución insensata, minutos y más minutos, horas y más horas, días y más días, años y más años, y el insecto y el hombre llegaron a la cima de una montaña que no era otra cosa que el punto culminante de la vida. 

Persiguiendo a la mariposa, el adolescente se había hecho hombre. Allí, el hombre se detuvo un instante para considerar si sería mejor volver atrás, pues la vertiente de la montaña que le quedaba por bajar le parecía muy árida. Abajo, en la falda de la montaña, al contrario del otro lado donde, en encantadores parterres, ricos vergeles y verdes parques, crecían flores perfumadas, plantas raras y árboles cargados de fruta; en la falda de la montaña, decíamos, se extendía un gran espacio cuadrado cercado por muros, al cual se entraba por una puerta abierta ininterrumpidamente, y donde no crecían más que piedras, unas tendidas en el suelo, las otras erguidas. 

Pero la mariposa se puso a revolotear, más deslumbrante que nunca, ante los ojos del hombre, y tomó la dirección del recinto cerrado, siguiendo la pendiente de la montaña. Y, ¡cosa extraña!, aunque aquella carrera tan larga tenía que haber fatigado al viejo, porque, por su pelo canoso, se podía reconocer como tal al insensato corredor, su paso, a medida que avanzaba, se hacía más rápido; solo se podía explicar por el declive de la montaña. Y la mariposa se mantenía siempre a la misma distancia; sólo que, como las flores habían desaparecido, el insecto se posaba en cardos espinosos, o en desnudas ramas de árboles. El viejo, jadeando, no paraba de perseguirla. Al final, la mariposa pasó por encima de los muros del triste recinto, y el viejo la siguió, entrando por la puerta. 

Pero apenas había dado unos pasos cuando, mirando a la mariposa, que parecía fundirse en la atmósfera grisácea, chocó con una piedra y cayó. Tres veces intentó levantarse, y tres veces volvió a caer. Y, no pudiendo correr ya más detrás de su quimera, se contentó con tenderle los brazos. Entonces la mariposa pareció apiadarse de él y, aunque había perdido sus colores más vivos, se puso a revolotear por encima de su cabeza. Tal vez no eran las alas del insecto las que habían perdido sus vivos colores; tal vez eran los ojos del viejo los que se habían debilitado. Los círculos descritos por la mariposa se fueron haciendo más y más estrechos, y al final se fue a posar sobre la pálida frente del moribundo. 

En un último esfuerzo, este levantó el brazo, y con la mano tocó, por fin, la punta de las alas de aquella mariposa, objeto de tantos deseos y tantas fatigas; pero, ¡qué desilusión!, se dio cuenta de que aquello que había estado persiguiendo no era una mariposa, sino un rayo de sol. Y su brazo cayó frío y sin fuerzas, y su último suspiro hizo estremecer la atmósfera que pesaba sobre aquel camposanto... Y, pese a todo, poeta, persigue, persigue tu desenfrenado deseo de ideal; procura alcanzar, atravesando infinitos dolores, ese fantasma de mil colores que huye incesantemente delante de ti, aunque se te rompa el corazón, aunque se te apague la vida, aunque exhales el último suspiro en el momento en que lo roces con la mano. FIN 


Canal: CASTI

EL SILBATO ENCANTADO - Alejandro Dumas

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EL SILBATO ENCANTADO - Alejandro Dumas

En el Podcast  ALEJANDRO DUMAS  en  Arte y literatura
11:00 min

Había una vez un rey rico y poderoso que tenía una hija de belleza notable. Cuando ésta llegó a la edad de casarse, se ordenó mediante un edicto proclamado a son de trompa y pegado en todas las paredes, que quienes tuvieran intenciones de desposarla se reuniesen en una vasta pradera. Allí la princesa arrojaría al aire una manzana de oro, y quien lograra apoderarse de ella no tendría más que resolver tres problemas, tras lo cual se convertiría en esposo de la princesa y, por consiguiente, en el heredero del trono, puesto que el rey no tenía hijos. El día fijado se celebró la reunión; la princesa arrojó la manzana al aire, pero los tres primeros que la cogieron no habían hecho sino la tarea más fácil, y ninguno de los tres trató siquiera de emprender lo que quedaba por hacer. Finalmente, la manzana lanzada por cuarta vez por la princesa cayó en manos de un joven pastor, que era el más hermoso pero también el más pobre de todos los pretendientes. 

El primer problema, mucho más difícil de resolver que un problema de matemáticas, era el siguiente: El rey había hecho encerrar en una cuadra cien liebres; quien consiguiera llevarlas a pacer en la pradera donde tenía lugar la reunión y, habiéndolas conducido por la mañana, las devolviera todas por la noche, habría resuelto el primer problema. Cuando al joven pastor le fue hecha esta proposición, pidió un día para reflexionar; al día siguiente respondería afirmativa o negativamente. La petición le pareció tan justa al rey que le fue concedida. Inmediatamente se encaminó al bosque para allí meditar a su gusto sobre los medios que debía emplear para tener éxito. Seguía lentamente y con la cabeza gacha un estrecho sendero a orillas de un riachuelo cuando, en aquel mismo sendero, encontró a una viejecita de cabellos completamente blancos, pero de mirada todavía viva, que le preguntó la causa de su tristeza. 

Mas el joven pastor respondió moviendo la cabeza. -¡Ay!, nadie puede ayudarme, y sin embargo, tengo deseos de casarme con la hija del rey. -No desesperes tan pronto -respondió la viejecita-; cuéntame lo que te apena, y quizá yo pueda librarte del apuro. Nuestro pastor tenía el corazón tan apesadumbrado que no se hizo rogar mucho y le contó todo. -¿Y sólo es eso? -preguntó la viejecita-; en tal caso haces mal en desolarte. Y sacó de su bolsillo un silbato de marfil y se lo dio. Aquel silbato se parecía a todos los silbatos; por eso el pastor, pensando que, sin duda, había alguna forma particular de utilizarlo, se volvió hacia la viejecita para hacerle algunas preguntas, pero ella ya había desaparecido. 

Mas, lleno de confianza en aquella a la que consideraba un genio bueno, fue al día siguiente al palacio y le dijo al rey: -Acepto, señor, y vengo en busca de las liebres para llevarlas a pastar a la pradera. Entonces el rey se levantó y dijo a su ministro del Interior: -Haz salir todas las liebres de la cuadra. El joven pastor se puso en el umbral de la puerta para contarlas; pero la primera estaba ya muy lejos cuando la última fue puesta en libertad; de modo que cuando el pastor llegó a la pradera no había ni una sola liebre junto a él. Se sentó pensativo, sin atreverse a creer en la virtud de su silbato. Pero, sin embargo, tenía que recurrir a este último recurso; por eso lo apoyó en sus labios y sopló en él con todas sus fuerzas. 

El silbato emitió un sonido agudo y prolongado. Al punto, para gran asombro suyo, de la derecha, de la izquierda, de delante, de atrás, de todas partes en fin, acudieron las cien liebres, que se pusieron a pastar tranquilamente a su alrededor. Fueron a anunciar al rey lo que ocurría, y cómo el joven pastor iba a resolver probablemente el problema de las cien liebres. El rey se lo contó a su hija. Los dos se sintieron muy contrariados, porque si el joven pastor triunfaba en los otros dos problemas como sin duda iba hacerlo en el primero, la princesa se convertiría en mujer de un simple patán, que era lo más humillante que podía ocurrirle al orgullo real. -Está bien -dijo la princesa a su padre-, pensad por vuestro lado; yo voy a pensar por el mío. 

La princesa volvió a sus habitaciones, se disfrazó de forma irreconocible, tras lo cual hizo traer un caballo, montó en él y se dirigió en busca del joven pastor. Las cien liebres caracoleaban alegremente a su alrededor. -¿Queréis venderme una de vuestras liebres? -preguntó la joven princesa. -No os vendería una de mis liebres por todo el oro del mundo -respondió el pastor-, pero podéis ganaros una. -¿A qué precio? -preguntó la princesa. -Descendiendo de vuestro caballo, sentándoos sobre el césped y pasando un cuarto de hora conmigo. La princesa puso algunas dificultades, pero como no había otro medio para obtener la liebre, echó pie a tierra y se sentó junto al joven pastor. Al cabo de un cuarto de hora, durante el cual el joven pastor le dijo mil cosas tiernas, ella se levantó exigiendo su liebre, y, fiel a su promesa, el joven pastor se la dio. La princesa la encerró contenta en un cesto atado al arzón de su silla y emprendió el camino de palacio. 

Pero apenas hubo hecho un cuarto de legua cuando el pastor acercó el silbato a sus labios y sopló, y a este ruido que la llamaba imperiosamente, la liebre levantó la tapa del cesto, saltó al suelo y echó a correr. Un instante después, el pastor vio venir hacia él a un campesino montado sobre un asno, era el viejo rey que también se había disfrazado y que había salido de su palacio con el mismo objetivo que su hija. Un gran saco colgaba de la albarda de su asno. -¿Quieres venderme una de tus liebres? -le preguntó al pastor. -Mis liebres no están en venta -dijo el pastor-; hay que ganarlas. -¿Y qué hay que hacer para ganar una? El pastor pensó un instante. -Tenéis que besar tres veces el trasero de vuestro asno -dijo. Esta extravagante condición repugnaba mucho al anciano rey, que no quería someterse a ella de buenas a primeras. 

Ofreció incluso cincuenta mil francos por una de las liebres, pero el pastor se mantuvo en sus trece. Finalmente el rey, que quería por encima de todo su liebre, pasó por la condición impuesta, por humillante que fuera para un rey. Besó tres veces el trasero de su asno, muy asombrado éste de que un rey le hiciera semejante honor, y el pastor, fiel a su promesa, le dio la liebre pedida con tanta insistencia. El rey metió la liebre en su saco y partió a galope tendido en su asno. Pero apenas había recorrido un cuarto de legua, cuando se dejó oír el toque de un silbato, y a este toque la liebre arañó de forma que hizo un agujero en el saco y huyó. -¿Y bien? -preguntó la princesa al rey viéndole volver a palacio. -¿Qué puedo deciros, hija mía? -respondió el rey-. 

Es un muchacho muy obstinado, que no ha querido venderme una liebre a ningún precio. Pero estad tranquila, no saldrá de las otras pruebas tan fácilmente como de ésta. Por supuesto, el rey no habló para nada de la condición con cuya ayuda había tenido por un instante su liebre, como tampoco la princesa había hablado de la suya. -Me ha pasado exactamente lo mismo -dijo la princesa-, no he podido conseguir ni una de sus liebres por oro ni por plata. Por la noche, el pastor volvió con sus liebres; las contó delante del rey; no había ni una de más ni una de menos; fueron entregadas al ministro del Interior, que las hizo meter en su cuadra. 

El rey dijo entonces: -La primera prueba está resuelta. Ahora se trata de triunfar en la segunda. Presta mucha atención, joven. El pastor prestó oídos. -Tengo ahí arriba, en mi granero -continuó el rey-, cien medidas de guisantes y cien medidas de lentejas; lentejas y guisantes están mezclados unos con otros; si consigues, durante esta noche, separarlos sin luz, habrás resuelto el segundo problema. -Lo haré -respondió el pastor. Y el rey llamó a su ministro del Interior; que le condujo al granero, le encerró allí y entregó la llave al rey. Como ya era de noche y para semejante tarea no había tiempo que perder, el pastor cogió su silbato y silbó. 

Al punto acudieron cinco mil hormigas que se pusieron a remover las lentejas y los guisantes hasta separarlos en dos montones. Al día siguiente, con gran asombro, el rey vio que el trabajo estaba realizado; hubiera querido poner dificultades, pero no había la menor objeción que hacer. Tras las dos primeras victorias, tenía pues que contar con una posibilidad cada vez más dudosa de que el pastor sucumbiera en la tercera prueba. Sin embargo, como era la más difícil de todas, el rey no desesperó. -Ahora se trata -le dijo- de que vayas a la caída de la noche a la panadería de palacio y comas en una noche el pan cocido para toda la semana; si mañana por la mañana no queda ni una sola miga, estaré contento contigo y te casarás con mi hija. Aquella misma noche el joven pastor fue conducido a la panadería, que estaba tan llena que sólo quedaba un pequeño hueco vacío junto a la puerta. Pero a medianoche, cuando todo estuvo tranquilo en palacio, el pastor cogió su silbato y silbó. 

Inmediatamente acudieron diez mil ratones que se pusieron a roer el pan de tal forma que al día siguiente no quedaba ni una sola miga. Entonces el joven golpeó con todas sus fuerzas en la puerta, gritando: -Abrid de prisa, por favor; tengo hambre. La tercera prueba, por tanto, se había pasado victoriosamente como las otras dos. Sin embargo, el rey trató de buscarle las vueltas. Se hizo traer un saco conteniendo seis medidas de trigo y, tras haber reunido a un buen número de sus cortesanos, le dijo: -Cuéntanos tantas mentiras como puedan caber en este saco, y cuando el saco esté lleno tendrás a mi hija. Entonces el pastor contó todas las mentiras que pudo recordar; pero estaba a la mitad de la jornada, sus mentiras se le acababan y al saco le faltaba mucho para estar lleno. -Pues bien -continuó-, mientras estaba guardando mis liebres, la princesa vino en mi busca disfrazada de campesina, y para conseguir una de mis liebres, me permitió robarle un beso. La princesa, que al no sospechar lo que el pastor iba a decir no había podido cerrarle la boca, se puso roja como una cereza, por lo que el rey empezó a creer que la mentira del joven pastor bien podría ser verdad. -El saco todavía no está lleno -exclamó el rey-, aunque acabas de dejar caer en él una mentira bien gorda, continúa. 

El pastor saludó y prosiguió: -Un instante después de que la princesa se hubiera marchado, vi a Su Majestad disfrazado de campesino y montado sobre un asno. También venía para comprarme una liebre; pero cuando me di cuenta de que tenía gran deseo de ella, figuraos que obligué al rey a... -¡Basta, basta! -exclamó el rey-, el saco está lleno. Ocho días después, el joven pastor se casó con la princesa. FIN 


Canal: CASTI

LO QUE ES IGNORAR LA LENGUA DEL PAÍS - Alejandro Dumas

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LO QUE ES IGNORAR LA LENGUA DEL PAÍS - Alejandro Dumas

En el Podcast  ALEJANDRO DUMAS  en  Arte y literatura
06:30 min 

A pesar del deseo que yo tenía de llegar lo más pronto posible al lago de Constanza, forzoso me fue detenerme en Vadutz. Desde nuestra partida llovía a cántaros y el caballo y el conductor se negaron obstinadamente a dar un paso más, so pretexto, el animal, de que se metía en el barro hasta el vientre y el hombre, que estaba calado hasta los huesos. Por lo demás, hubiera sido, verdaderamente, crueldad insistir. 

No fue preciso nada menos, lo confieso, que esta consideración filantrópica para determinarme a entrar en la miserable posada cuya muestra había detenido en seco mi coche. Apenas había puesto el pie en la estrecha alameda que conducía a la cocina, la cual era al mismo tiempo sala común para los viajeros, cuando sentí agriamente agarrada la garganta por un olor a chucrut, que venía a anunciarme de antemano, como las listas puestas a la puerta de ciertos restaurantes, el menú de mi comida. 

Ahora bien, yo diré del chucrut lo que cierto sibarita decía de las platijas, que si no hubiera sobre la tierra más que el chucrut y yo, el mundo terminaría bien pronto. Comencé, pues, a pasar revista a todo mi repertorio tudesco y a aplicarlo a la carta de una posada de pueblo; la precaución no era inútil, porque apenas me senté a la mesa en la cual dos cocheros, primeros ocupantes, quisieron cederme un extremo, cuando me llevaron un plato hondo, lleno del manjar en cuestión; felizmente, estaba preparado para esta infame burla y rechacé el plato, que humeaba como un Vesubio, con un nicht gut tan francamente pronunciado, que debieron tomarme por un sajón de pura raza. Un alemán cree siempre haber oído mal cuando se le dice que a uno no le gusta el chucrut, y cuando es en su propia lengua en la que se desprecia este manjar nacional, se comprenderá que su asombro -para servirme de una expresión familiar en su idioma- se convierta en montaña. Hubo, pues, un instante de silencio, de estupor, semejante al que hubiera seguido a una abominable blasfemia, y durante la cual me pareció la hostelera ocupada laboriosamente en volver a poner en orden sus revueltas ideas; el resultado de sus reflexiones fue una frase, pronunciada con una voz tan alterada, que sus palabras quedaron perfectamente ininteligibles para mí, pero a la cual la cara que acompañaba a estas palabras prestaba evidentemente este sentido: 

Pero, Dios mío, Señor, ¿si no os gusta el chucrut, qué es lo que os gusta, pues? Alies dieses ausgenommen, respondí; lo que quiere decir, para los que no están tan fuertes en filología como yo: "todo, menos eso". Parece que la repugnancia había producido en mí el mismo efecto que la indignación en Juvenal, solamente que en lugar de inspirarme el verso me había dado el acento; me di cuenta de ello por la manera sumisa con que se llevó la hostelera el desgraciado chucrut. Quedé, pues, en espera del segundo plato, entreteniéndome para matar el tiempo en hacer bolitas con mi pan y en saborear con gestos de mono una especie de aguapié, que porque tenía un abominable gusto a pedernal y estaba en una botella de largo gollete, tenía la fatuidad de presentarse como vino del Rin. -¿Y bien? -le dije. -¡Y bien! -dijo ella. -¿Esa cena? -¡Ah, sí! -y me volvió a traer el chucrut. Pensé que si no hacía un escarmiento, me perseguiría hasta el día del juicio final. 

Llamé, pues, a un perro de la raza de los de San Bernardo, que sentado sobre sus patas traseras y con los ojos cerrados, se asaba obstinadamente el hocico y las patas, delante de un hogar como para hacer cocer un buey. Cuando comprendió mis buenas intenciones para con él, dejó la chimenea, vino a mí y en tres lengüetadas se comió el discutido comestible. -Bien por el animal -dije acariciándole cuando hubo terminado; y devolví el plato vacío a la hostelera. -¿Y usted? -me dijo. -Yo comeré otra cosa. -¡Pero si no tengo otra cosa! -respondió. -¿Cómo? -exclamé desde el fondo del estómago-, ¿no tiene usted huevos? -No. -¿Chuletas? -No. -¿Papas? -No. -¿Unas?... Una idea luminosa me vino a la memoria; me acordé que me habían recomendado que no pasara por allí sin comer setas, que son famosas en veinte leguas a la redonda; sólo que, cuando quise aprovecharme de este feliz recuerdo, no hubo más que una dificultad, que no me acordaba ya en alemán del nombre que yo tenía tanta necesidad de pronunciar si no quería irme a acostar en ayunas; me quedé, pues, con la boca abierta en el artículo indefinido. - Unas... unas... ¿Cómo diablo llama usted en alemán unas?... - Unas -repitió maquinalmente la hostelera. -¡Ay! ¡Pardiez!, sí, unas... En este momento mis ojos cayeron maquinalmente sobre mi álbum. Esperad, dije, esperad. 

Tomé entonces mi lápiz, y en una hermosa hoja blanca dibujé con todo el cuidado de que era capaz, el precioso vegetal que formaba por el momento el objeto de mis deseos; así puedo decir que mi dibujo se aproximaba a la realidad tanto como es permitido a la obra del hombre reproducir la obra de Dios. Durante ese tiempo, la hostelera me seguía con los ojos con una curiosidad inteligente que me parecía del mejor augurio. -¡Ah! ja, ja, ja* -dijo en el momento en que yo daba el último toque al dibujo.¡La buena mujer había comprendido! Tan bien había comprendido, que cinco minutos después volvió a entrar con un paraguas abierto. -Ahí está -dijo. Eché una ojeada sobre mi desgraciado dibujo; la semejanza era perfecta. FIN 


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LA PEÑA DEL DRAGÓN - Alejandro Dumas

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LA PEÑA DEL DRAGÓN - Alejandro Dumas

En el Podcast  ALEJANDRO DUMAS  en  Arte y literatura
04:58 min

En el pueblo de Rhungsdof, a orillas del Rin, encontramos numerosas barcas esperando a los viajeros; en unos minutos nos trasladaron a Koenigswinter, una bonita aldea situada en la otra orilla. Nos informamos de la hora a la que pasaba el vapor y nos respondieron que pasaba a las doce. Eso nos daba un margen de casi cinco horas; era más del tiempo necesario para visitar las ruinas del Drachenfelds. 

Tras unos tres cuartos de hora de ascensión por un bonito sendero que rodea la montaña, llegamos a la primera cima, donde se encuentran un albergue y una pirámide. Desde esta primera plataforma, un bonito sendero curvo y enarenado como el de un jardín inglés, conduce a la cima del Drachenfelds. Se llega en primer lugar a una primera torre cuadrada, a la que se accede bastante difícilmente por una grieta; luego a una torre redonda que, completamente reventada por el tiempo, ofrece un acceso más fácil. 

Esta torre está situada sobre la peña misma del dragón. El Drachenfelds toma su nombre de una antigua tradición que se remonta a los tiempos de Julián el Apóstata. En una caverna que aún se muestra, a mitad de la ladera, se había retirado un enorme dragón, tan perfectamente puntual en sus comidas que cuando olvidaban llevarle cada día un prisionero o un reo al lugar en el que acostumbraba encontrarlo, bajaba a la llanura y devoraba a la primera persona que encontraba. Por supuesto, el dragón resultaba invulnerable. Era, como ya hemos dicho, en los tiempos en los que Julián el Apóstata vino con sus legiones a acampar a orillas del Rin. Y sucedió que los soldados romanos, que no deseaban ser devorados más que los naturales de la zona, aprovecharon que estaban en guerra con algunos poblados de los alrededores para alimentar al monstruo sin que les costara nada. 

Entre los prisioneros, había una joven tan bella que se la disputaron dos centuriones, y como ninguno quería cedérsela al otro, estaban a punto de degollarse mutuamente cuando el general, para ponerlos de acuerdo, decidió que la joven sería ofrecida al monstruo. Se admiró mucho el acierto de este juicio, que algunos compararon con el de Salomón, y se dispusieron a gozar del espectáculo. El día fijado, la joven fue conducida, vestida de blanco y coronada de flores, a la cima del Drachenfelds: la ataron a un árbol, como Andrómeda a la roca; pidió que le dejaran las manos libres y no creyeron que debieran negarle tan pequeño favor. 

El monstruo, como ya hemos dicho, llevaba una vida bastante metódica y almorzaba, como se almuerza aún en Alemania, entre los dos y las dos y media. Por lo que, en el momento en que se le esperaba, salió de su caverna y subió, mitad rampando, mitad volando, hacia el lugar en el que sabía que encontraría su alimento. Aquel día tenía un aspecto más feroz y hambriento que de costumbre. La víspera, por casualidad o por refinamiento de crueldad, le habían servido un viejo prisionero bárbaro, muy duro y que no tenía más que la piel sobre los huesos; de manera que todos se prometían un doble placer por aquel aumento de apetito. El monstruo mismo, al ver a la delicada víctima que le habían ofrecido, rugió de placer, azotó al aire su cola de escamas y se lanzó hacia ella. Pero cuando estaba a punto de alcanzarla, la joven sacó de su pecho un crucifijo y se lo presentó al monstruo. 

Era cristiana. Al ver al Salvador, el monstruo se quedó petrificado; luego, viendo que no tenía nada que hacer allí, se introdujo silbando en su caverna. Era la primera vez que los habitantes de la zona veían huir al dragón. Por lo que, mientras algunos corrían hacia la joven y la desataban, los demás persiguieron al dragón y, envalentonados por su pavor, introdujeron en la caverna numerosos haces de leña sobre los que derramaron azufre y pez de resina, y luego les prendieron fuego. Durante tres días la montaña lanzó llamaradas como un volcán; durante tres días se oyó al dragón moverse silbando dentro de su antro; finalmente los silbidos cesaron: el monstruo había muerto quemado. Aún hoy se ven las huellas de las llamas y la bóveda de piedra, calcinada por el calor, se deshace en polvo tan pronto como se la toca. Se comprende que semejante milagro ayudó mucho en la propagación de la fe cristiana. Desde finales del siglo IV eran muy numerosos los seguidores de Cristo en las márgenes del Rin. 


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EL CONTRABANDISTA A PESAR SUYO - Alejandro Dumas

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EL CONTRABANDISTA A PESAR SUYO - Alejandro Dumas

En el Podcast  ALEJANDRO DUMAS  en  Arte y literatura
04:32 min

Entre todas las capitales de Suiza, Ginebra representa la aristocracia del dinero: es la ciudad del lujo, de las cadenas de oro, de los relojes, de los coches y de los caballos. Sus tres mil obreros surten a Europa entera de joyas. El más elegante de los almacenes de joyería de Ginebra es sin disputa el de Beautte. 

Estas joyas pagan un derecho por entrar en Francia, pero, mediante una comisión de un cinco por ciento, el señor Beautte se encarga de hacerlas llegar de contrabando. El negocio entre el comprador y el vendedor se hace con esta condición, a la luz del día y públicamente, como si no hubiese aduaneros en el mundo. Es verdad que el señor Beautte posee una maravillosa destreza para desbaratarles los planes; una anécdota entre mil vendrá en apoyo del elogio que nosotros le hacemos. Cuando el señor conde de Saint-Cricq era director general de Aduanas oyó tan a menudo hablar de esta habilidad, gracias a la cual se engañaba la vigilancia de sus agentes, que resolvió asegurarse por sí mismo de si todo lo que se decía era verdad. Fue, en consecuencia, a Ginebra, se presentó en el almacén del señor Beautte y compró joyas por valor de treinta mil francos, con la condición de que les serían entregadas sin derechos de aduanas en su hotel de París. 

El señor Beautte aceptó la condición como hombre habituado a estas clases de negocios, y únicamente presentó al comprador una especie de contrato privado, por el cual se obligaba a pagar, además de los treinta mil francos de adquisición, el cinco por ciento de costumbre; éste sonrió, tornó una pluma, firmó de Saint-Cricq, director general de las Aduanas Francesas, y entregó el papel a Beautte, quien miró la firma y se contentó con responder inclinando la cabeza: -Señor director de Aduanas, los objetos que usted me ha hecho el honor de comprar llegarán tan pronto como usted a París. El señor de Saint-Cricq, picado en su amor propio, se tomó apenas el tiempo necesario para comer, envió a buscar unos caballos a la posta, y partió una hora después de haber cerrado el trato. 

Al pasar la frontera, el señor de Saint-Cricq se hizo reconocer por los empleados que se aproximaron a visitar su coche, contó al jefe de Aduanas lo que acababa de sucederle, recomendó la vigilancia más activa en toda la línea y prometió una gratificación de cincuenta luises a aquel de los empleados que consiguiese coger las joyas prohibidas. Ni un aduanero durmió en tres días. Durante este tiempo, el señor de Saint-Cricq llega a París, entra en su hotel, abraza a su mujer y a sus hijos y sube a su habitación para quitarse el traje de viaje. La primera cosa que ve sobre la chimenea es una elegante caja, cuya forma le es desconocida. Se acerca a ella y lee sobre el escudo de plata que la adorna: 

Señor conde de Saint-Cricq, director general de Aduanas; la abre y encuentra las joyas que ha comprado en Ginebra. Beautte se había entendido con uno de los mozos de la posada, que, al ayudar a los criados del señor de Saint-Cricq a hacer los paquetes de su amo, deslizó entre ellos la caja prohibida. Llegado a París, el ayuda de cámara, viendo la elegancia del estuche y la inscripción particular allí grabada, se había apresurado a depositarlo sobre la chimenea de su amo. El señor director de Aduanas era el primer contrabandista de Francia. FIN 


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LISTA DE REPRODUCCIÓN - PLAYLIST



  1. JESUCRITO I - viernes 13 de enero de 2012
  2. Mundo Religioso 1 - miércoles 28 de diciembre de 2011
  3. Mundo Religioso 2 - jueves 29 de diciembre de 2011
  4. Mitología Universal 1 (Asturiana) - jueves 29 de diciembre de 2011
  5. El Narrador de Cuentos - UNO - jueves 29 de diciembre de 2011
  6. El Narrador de Cuentos - DOS - jueves 29 de diciembre de 2011

MEDICINA NATURAL, RELAJACION

  1. Medicina Natural - Las Plantas Medicinales 1 (Teoría) - miércoles 28 de diciembre de 2011
  2. Medicina Natural - Plantas Medicinales 1 y 2 (Visión de las Plantas) - miércoles 28 de diciembre de 2011
  3. Practica de MEDITATION & RELAXATION 1 - viernes 6 de enero de 2012
  4. Practica de MEDITATION & RELAXATION 2 - sábado 7 de enero de 2012

VAISHNAVAS, HINDUISMO

  1. KRSNA - RAMA - VISHNU -  jueves 16 de febrero de 2012
  2. Gopal Krishna Movies -  jueves 16 de febrero de 2012
  3. Yamuna Devi Dasi -  jueves 16 de febrero de 2012
  4. SRILA PRABHUPADA I -  miércoles 15 de febrero de 2012
  5. SRILA PRABHUPADA II -  miércoles 15 de febrero de 2012
  6. KUMBHA MELA -  miércoles 15 de febrero de 2012
  7. AVANTIKA DEVI DASI - NÉCTAR BHAJANS -  miércoles 15 de febrero de 2012
  8. GANGA DEVI MATA -  miércoles 15 de febrero de 2012
  9. SLOKAS y MANTRAS I - lunes 13 de febrero de 2012
  10. GAYATRI & SHANTI MANTRAS - martes 14 de febrero de 2012
  11. Lugares Sagrados de la India 1 - miércoles 28 de diciembre de 2011
  12. Devoción - PLAYLIST - jueves 29 de diciembre de 2011
  13. La Sabiduria de los Maestros 1 - jueves 29 de diciembre de 2011
  14. La Sabiduria de los Maestros 2 - jueves 29 de diciembre de 2011
  15. La Sabiduria de los Maestros 3 - jueves 29 de diciembre de 2011
  16. La Sabiduria de los Maestros 4 - jueves 29 de diciembre de 2011
  17. La Sabiduría de los Maestros 5 - jueves 29 de diciembre de 2011
  18. Universalidad 1 - miércoles 4 de enero de 2012

Biografías

  1. Biografía de los Clasicos Antiguos Latinos 1 - viernes 30 de diciembre de 2011
  2. Swami Premananda - PLAYLIST - jueves 29 de diciembre de 2011

Romanos

  1. Emperadores Romanos I - domingo 1 de enero de 2012

Egipto

  1. Ajenaton, momias doradas, Hatshepsut, Cleopatra - sábado 31 de diciembre de 2011
  2. EL MARAVILLOSO EGIPTO I - jueves 12 de enero de 2012
  3. EL MARAVILLOSO EGIPTO II - sábado 14 de enero de 2012
  4. EL MARAVILLOSO EGIPTO III - lunes 16 de enero de 2012
  5. EL MARAVILLOSO EGIPTO IV - martes 17 de enero de 2012
  6. EL MARAVILLOSO EGIPTO V - miércoles 18 de enero de 2012
  7. EL MARAVILLOSO EGIPTO VI - sábado 21 de enero de 2012
  8. EL MARAVILLOSO EGIPTO VII - martes 24 de enero de 2012
  9. EL MARAVILLOSO EGIPTO VIII - viernes 27 de enero de 2012

La Bíblia

  1. AUDIO en ivoox.com - LINKS

  1. El Mundo Bíblico 1 - lunes 2 de enero de 2012 (de danizia)
  2. El Mundo Bíblico 2 - martes 3 de enero de 2012 (de danizia)
  3. El Mundo Bíblico 3 - sábado 14 de enero de 2012
  4. El Mundo Bíblico 4 - sábado 14 de enero de 2012
  5. El Mundo Bíblico 5 - martes 21 de febrero de 2012
  6. El Mundo Bíblico 6 - miércoles 22 de febrero de 2012
  1. La Bíblia I - lunes 20 de febrero de 2012
  2. La Bíblia II - martes 10 de enero de 2012
  3. La Biblia III - martes 10 de enero de 2012
  4. La Biblia IV - miércoles 11 de enero de 2012
  5. La Biblia V - sábado 31 de diciembre de 2011









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